Hay que probar. Animarse. Desenchufar las pantallas. Escaparse y probar otra cosa. El juego analógico, desprogramado. El juego que en vez de alcanzar niveles, los borronea. No hay a dónde llegar: hay que jugar. El objetivo no es una meta: es el mientras tanto.
Jugar a juegos que enseñen sin obligar. Que estimulen y desafíen. Que abran ventanas en vez de cerrarlas.
En casa las adivinanzas se hacen, se inventan, se repiten. Se ríen: cualquier cosa puede ser adivinando o adivinado. Cualquiera puede ser adivinador.
Elegimos el juego «Adivinanzas: pienso, pienso y adivino» porque es uno de los preferidos. Se va en el auto, viaja al mar o se mezcla entre las cosa de un picnic. Se juega en la sobremesa o cuando vienen amigos. Son tres juegos en uno: se juega a adivinar, se aprenden datos curiosos y trabaja los estímulos visuales -colores, formas, figuras-. Es portátil, como las buenas cosas. Lo divertido tiene que poder acompañar el movimiento de los chicos. Su crecimiento.
A adivinar jugamos todos más allá de la edad sugerida. Porque el tiempo compartido, el tiempo reído, supera cualquier cosa. Igual que la curiosidad. Y las ganas de aprender el mundo.
Emma&Rob
Luciana De Luca
Editora del blog Emma&Rob
Escribió, con Flor Delboy, el libro «Soy un jardín» (Periplo Ediciones)
Es escritora, editora y mamá de dos niños.
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