Sabido es que en casa privilegiamos el juego. El juego es vitalidad, es salud, es diversión y aprendizaje; nos entretiene y nos enseña, pero también nos ayuda a canalizar situaciones vividas. Existen de distintos tipos: reglados, no reglados, individuales, en equipo, de construcción, de clasificación, de observación, de movimiento… Las posibilidades son infinitas. Se trate del que se trate, lo que siempre busco al elegir un material es que perdure en el tiempo y que favorezca la adquisición de una determinada habilidad; sea tangible o intangible.
Desde que mi hija es muy chica, me interesé por ofrecerle la realidad tal cual es; adaptada a su edad, claro está, pero sin tanto tapujo ni estereotipo. Por ejemplo, cuando voy a una librería a comprar un libro nuevo me preocupo porque su historia sea atrapante, pero también por la enseñanza que pueda brindar. Es por eso que muchas veces acabo libros con imágenes reales del estilo enciclopédicos que si bien podrían ser usados con chicos más grandes, siempre pueden adaptarse a la edad requerida. Al conocer las tarjetas didácticas de «Adivinanzas, pienso, pienso y adivino», fue esto lo que vino a mi mente y en seguida hubo dos cosas que llamaron mi atención: La primera, que trataran temas cotidianos y de interés para los chicos, llevándolos al nivel educativo; la segunda, que los temas abordados estuvieran enfocados en el medio ambiente y su cuidado.
Si bien el juego viene con reglas ya pautadas, lo que me gusta es que puede adaptarse tanto a la edad de los chicos como a las necesidades del momento y del lugar; mi preferido es el auto. ¿Les pasa que hacen viajes largos y ya no saben con qué entretener a los chicos? La opción recurrente suele ser entregarles el iPad y ponerles una película o videítos. ¿Pero qué pasaría si en vez de eso, les proponemos aprender algo nuevo y hacerlo sin que se den cuenta, es decir, jugando? Yo creo que todos aceptarían rápidamente la oferta porque en definitiva lo que les estamos ofreciendo es tiempo de calidad y pienso yo que no hay chico más feliz que aquel que puede compartirlo con sus padres. Por eso quiero invitarlos a que conozcan las tarjetas y se animen a llevarlas en el próximo viaje, a la plaza o incluso a la sala de espera del doctor. Déjense sorprender por el diálogo que puede armarse en torno a ellas y estén abiertos a una nueva forma de relacionarse.